La nieta del señor Linh
Philippe Claudel
Salamandra
Barcelona
2006
¿Cuántas veces se podrá escribir sobre el mismo tema y tornarlo en original? Dicen los expertos que en eso se basa la literatura, en transformar lo eterno en novedoso. No podemos hablar de inusual si nos referimos a la ternura de este relato, no lo es, ni tampoco el giro final llevado a cabo por la plenitud léxica de unos términos empleados anteriormente como metafóricos. No hay nada sorprendente y sin embargo sorprende, porque los ejercicios básicos son, generalmente, el germen de lo mágico.
La vejez en las grandes ciudades es una de las cosas más tristes que he visto. Un anciano en el metro de Barcelona dando vueltas porque se había equivocado en el transbordo, grabó, hace algunos veranos, esta idea en la memoria de mi epidermis. La cara sudorosa y los movimientos lentos de aquel pobre hombre, como los del señor Linh, que buscaba desesperadamente llegar a donde todo es conocido, porque conocer nos da seguridad y nos ayuda a sonreír.
Obnubilado por la imagen de su único amigo, aquel con el que podía comunicarse sin intercambiar palabras inteligibles, porque los solitarios se comunican a través del silencio de la compañía, porque los idiomas, los países y las razas no pueden separar las almas que han vivido las inclemencias del tiempo cronológico. El señor Bark se sentaba en aquel banco a contemplar el viejo carrusel en el que trabajaba su mujer, el señor Linh lo acompañaba abrazando una muñeca que se había convertido en el único aliciente para abandonar su país y los fantasmas de sus seres queridos siendo ya tan mayor. Pensaba en ella, desde su demencia, para buscar un futuro mejor. Todos le siguen el juego, como se ha tratado siempre a los locos, incluso el médico que le hace la revisión, motivo por el que mira al final a la niña y no lo hace al principio, como era de esperar. No es el señor Linh ni el primero ni el último hombre que busque en la masa inerte el espíritu de la carne y con ello, la resurrección del amor, la única cosa que nos mantiene vivos. Estos viejos se alimentan de amor y amistad, generosos suplementos de la vigorosidad.
Los viejos se han convertido en las niñeras de occidente, si vamos a los parques los vemos llenos de abuelos y niños, les robamos su tiempo y los convertimos así en seres útiles, porque lo viejo si es útil no se tira. Ancianos a los que no se les pregunta y aunque se les pregunte, por una cuestión de moral, se resignan a seguir trabajando para educar a sus nietos. El señor Linh sueña con un Paraíso, ese lugar tiene forma de mano, como la que dibuja el reguero de sangre que brota de su cabeza cuando es atropellado. La necesidad de saber que siempre habrá alguien esperándonos en un banco, alguien que comparte con nosotros una perspectiva semejante con la que mirar el mundo, alguien que nos abrirá su mano a pesar de nuestras “rarezas”.
Magnolia Medina
7 de Marzo de 2008
Tasca Rincón Palmero – La Laguna
Asisten: José Antonio, Alberto, Alejandro, Ana Elba, Covadonga, Mª José, Nieves T. y Pilar.