John Boyne
El niño con el pijama de rayas
Traducción de Gemma Rovira Ortega
Salamandra
Barcelona
2007
Hay vidas que valen más que otras, pensaba mientras escachaba uno de esos gusanos negros que se pegan a las paredes por la humedad. No hubiera hecho eso nunca con una "mariquita" ni siquiera con un saltamontes, pero esos bichos feos no son tan importantes, igual que las cucarachas, animalejos desagradables que nada pueden aportarnos. Es evidente, el mundo está constituido por buenos y malos, por lo hermoso y lo feo, así que limpiar y quedarnos con lo primero no debe suponernos ningún dilema moral. Los que digan lo contrario sòlo hablan desde la hipocresía y la doble moral, porque todos elegimos siguiendo el mismo patrón estético que nos marca, no la sociedad, sino nuestros genes. Queremos mejor a aquel que es más fuerte, que es más hermoso, que es más brillante.
Así continuó durante un buen rato, argumentándose así misma lo lícito de su elección. No podía tenerlos a los dos, su piso era muy pequeño y le había costado mucho esfuerzo y tiempo tenerlo a su gusto como para, ahora, poner en peligro las bonitas alfombras o el parqué de iroko que tanta calidez le daba a sus sesenta metros cuadrados. No, eso no era discutible (consigo misma claro), una cosa era llevar una alegría a la casa y otra muy distinta convertirla en un hospicio para los abandonados.
Y todo viene junto, tienes tu vida tranquila, controlada y de repente, y sin parece producto del azar, todo confluye. Antes de que a él se le hubiera ocurrido regalarle aquella monería de bulldog francés, que por cierto en la tienda de macotas de debajo de su casa rondaban los mil docientos euros, ella había recogido de la calle un chucho abandonado que tiritaba más por el peso de la suciedad que llevaba encima que por el frío ambiental. Lo había bañado e incluso le había comprado un ridículo trajito que ponerle para que empezara a sentirse como un can. Lástima que tuviera que elegir, porque aunque podría haber devuelto el pedigrí a la tienda, lo primero que hizo fue ponerle el ridículo trajito de punto y subirlo al chaise longe de Roches Bobois y pensar en lo chic que quedaba la estampa de su salón; incluso, ahora, podría escribir a alguna de esas revistas de decoración que hacen reportajes en las casas de las lectoras. Ahora tendría que pensar como volver a abandonar al chucho que una vez más había descendido de can.
Una vez realizada la fechoría le sonó el móvil, era él. Al colgar la llamada comienza a llorar en mitad de la calle. También él había elegido, prefería una normanda de ojos celestes. No hay duda, hay vidas que valen más que otras.
Magnolia Medina
Tasca Chejota - Santa Cruz de Tenerife
Viernes 15 de Febrero de 2008
Asisten: Alejandro, Alberto, José Antonio, Pilar, Covadonga, María José, Maive y yo.
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