El Aleph
Jorge Luis Borges
Millenium – Biblioteca El Mundo
Madrid
1999
Que un devorador de libros de Buenos Aires, que un iluminado soñador de ficciones, se quede ciego, no puede más que interpretarse como una burla del destino. Hablar de Borges es teología del cuento, hablar de Borges es herejía del cuento, porque no hay doble sin su reflejo, o no hay reflejo sin su original. Comencemos pues la dogmática injuria.
Borges es, para mí, antes que nada, el maestro de la descripción, el pulidor del lenguaje, capaz de decirlo todo con pocas palabras. Si observamos las descripciones de los diferentes cuentos que componen el libro, veremos que abundan en precisión y concisión, estrellando siempre el dardo en la palabra.
Borges es, para mí, el cenit del barroco conceptista, el enamorado de los dobles, de los contrastes, el maestro del oxímoron. Huye del adorno superfluo, pero se detiene en los pensamientos opuestos, en lo que podría ser más allá de lo que es. Porque pensar está antes que hablar, aunque sin palabras no podríamos pensar. Estos laberintos de ideas, nacen y viven en el laberinto cefálico, estos meandros discursivos nos llevan hasta el infinito. Tal vez, esto es lo que me gusta de Borges, las dificultades que le plantea a mi limitado intelecto, porque el saber enciclopedista de Borges lo transforma también en un autor ilustrado, y si seguimos, podríamos demostrar que no es sólo Ultraísta, sino que en él encontraríamos todos los movimientos literarios que ha dado la historia.
Borges es, para mí, el delicado burlador del tiempo, el que sabe hacer confluir siglos e historias, el maestro del resumen, el aprendiz de alquimista que prefirió la superstición a la verdad, la interpretación a la rotundidad. Y para honrarlo, hoy, seré breve.
Magnolia Medina
Tasca La Vereda - Guamasa
Asisten: Pilar, José Antonio, Covadonga, MªJosé, Maive, Esther y yo.