Cormac McCarthy
Traducción de Luis Murillo Fort
Mondadori
Barcelona
2007
Silencio. Silencio y ruido de hojalata sobre el asfalto. Silencio y el viento en los pinos. ¡Qué hermosura, cómo un montón de palabras, de sonidos, te pueden transmitir silencio! La tranquilidad, a pesar de la desgracia, que parece emanar de las fuerzas telúricas, me sobrecoge. Días después, en la tele, veo un documental de cómo el planeta, tras de la desaparición de los humanos, volvería a ser conquistada por la vegetación. Y vuelve el silencio.
No voy a hablar del argumento, quiero ahorrar líneas y palabras para comentar lo que más me inquieta y, la verdad, le he dado vueltas y todavía no sé cómo exponerlo con claridad. Siempre busco el tema del libro, la Idea que esconde la metáfora, y en este caso creo que habla de un instinto, el paternal, que está por encima de la razón. ¿Qué sentido tiene querer llegar a otra orilla, buscar algo mejor para tu hijo, si el mundo que habita está perdido? ¿Qué sentido tiene sobrevivir gracias a los restos de una civilización perdida con el aliento de las parcas pegado a tu cogote? El instinto irracional hace resurgir las ansias de vivir, aunque sea como un animal, y siguen la carretera porque éstas siempre tienen un destino. Así nos plantea también el tópico de la barbarie, humanos que comen humanos para sobrevivir, pero ¿para qué? El nihilismo atraviesa todo el relato, incluso evoca la novela que popularizó el término (Padres e hijos de Iván Turgenev, 1862) con esa relación invertida en la que la vieja generación es la irreverente y causante de la catástrofe, y la nueva generación la esperanza redentora de una nueva humanidad alcanzada a través de la inocencia e ignorancia de una reciente Historia: “Salió a la luz gris y se quedó allí de pie y fugazmente vio la verdad absoluta del mundo. El frío y despiadado girar de la tierra intestada. Oscuridad implacable. Los perros ciegos del sol en su carrera. El aplastante vacío negro del universo. Y en alguna parte dos animales perseguidos temblando como zorros escondidos en su madriguera. Tiempo prestado y mundo prestado y ojos prestados con que llorarlo” (pág. 99-100) Aún a sabiendas de que está todo acabado, la muerte del hijo lo inquieta en sueños y prefiere la vigilia a esas visiones.
En la costa. La playa, el barco Pájaro de esperanza-Tenerife, despierta nuestro orgullo patriótico con tan evocador nombre, pero no está ahí la solución aunque es en la playa (otra vez la playa como locus amoenus dentro de nuestras tertulias) junto con los felices días en el cobertizo, los momentos de la narración más luminosos, parece abrirse el cielo.
¿Qué pulsión nos obliga a la vida, a respirar? Ese misterio sigue siendo tremendamente fértil.
Magnolia Medina
Viernes 13 de febrero de 2009
Restaurante El Empedrado - Tacoronte
Asisten: Ana Elba, Rosi, Maive, Mª José, Ana Joyanes, Alejandro, José Antonio, Esther, Covadonga y yo.
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