La mesa limón
Julian Barnes
Anagrama (Panorama de narrativas)
Barcelona
2004
Barcelona
2004
Aunque compré el libro al inicio del verano no lo leí hasta el final del mismo. Comencé el primer párrafo unas cuantas veces, uff y ya saben, cuando eso ocurre uno no para de mirar el número de páginas. Comencé el primer cuento unas cuantas veces pero fue sólo en la peluquería donde pude concluirlo. Al terminar el segundo cuento no lograba entender qué relación tenían estos dos con la sinopsis de la contraportada, así que había que seguir avanzando.
Con Merril y Janice se me hizo más llevadera la cita de la ITV de mi viejo Ford Fiesta. En la cola de entrada de la fila una, bajo un calor extraordinario, estas chicas de oro me abdujeron tanto que el muchacho se acercó a mi ventanilla para pedirme que adelantara mi coche, cosa que hice, pero el sobresalto había sido tal que cuando me pidió que pisara el freno yo hundí mi pie en el acelerador, por suerte no había ninguna marcha puesta y, suavemente , de nuevo por la ventanilla izquierda, me preguntó si estaba nerviosa, a lo que yo respondí:-“No, es que no cojo nunca este coche”-, seré estúpida, ¡cómo si el freno se colocara en lugares distintos en todos los coches! Ataviada con la personalidad de las heroínas del cuento, continué sin triunfo, pero muy digna, mi recorrido por la nave.
Al día siguiente bajé a Santa Cruz para llevar el mp3 de Ismael al técnico, comprar unos repuestos para la plancha de mi madre y buscar una pieza para la lámpara de mi dormitorio que es prácticamente nueva y se acaba de romper. Siempre me ha preocupado el hecho de que compramos, mejor dicho, tiramos en exceso, ¡la de cosas que se pueden reciclar o reutilizar por el bien de la higiene mundial!
El reestreno me recordó a Don Perlimplin con Belisa en su jardín de Lorca que plantea, igual que aquí, el amor intergeneracional, pero también me recordó mi objetivo veraniego incumplido estío tras estío: leer a los rusos; y la casualidad (saber francés) hermosa y extraordinaria de haberme encontrado en Barcelona, sobre un banco, el primer tomo de Guerra y Paz.
Volví a sentirme en la piel del culto, homosexual y melómano protagonista de vigilancia, y no pude sino recordar el concierto de Chavela Vargas y las también gays-fans de las filas de delante que no paraban de sacar fotos con el móvil acompañadas de los ruidos propios de los primeros aparatejos con estas características.
Corteza describe como podemos dejar de ser felices cuando nos obsesionamos. Supura este relato una extraña tristeza que emerge de objetivos ridículos que nos ayudan a ilusionarnos y a seguir vivos. Comamos cortezas con apetito, el que le falta a mi suegra desde que le diagnosticaron, y no lo sabe, alzheimer. ¡La comprendo, yo me moriría sin la posibilidad de mis recuerdos y sin mi apetito!
Morboso y divertido es la jaula para frutas, aquí no tengo anécdota propia que se le asemeje, salvo la convicción ideológica de la necesidad de aprender a respetar la libertad individual incluso en el matrimonio.
Silencio nos cuenta la historia de un bartebly musical. La nada nos espera. Lo dicho: cortezas, muchas cortezas.
Magnolia Medina
La Gramola
Santa Cruz , 8 de septiembre de 2006
Con Merril y Janice se me hizo más llevadera la cita de la ITV de mi viejo Ford Fiesta. En la cola de entrada de la fila una, bajo un calor extraordinario, estas chicas de oro me abdujeron tanto que el muchacho se acercó a mi ventanilla para pedirme que adelantara mi coche, cosa que hice, pero el sobresalto había sido tal que cuando me pidió que pisara el freno yo hundí mi pie en el acelerador, por suerte no había ninguna marcha puesta y, suavemente , de nuevo por la ventanilla izquierda, me preguntó si estaba nerviosa, a lo que yo respondí:-“No, es que no cojo nunca este coche”-, seré estúpida, ¡cómo si el freno se colocara en lugares distintos en todos los coches! Ataviada con la personalidad de las heroínas del cuento, continué sin triunfo, pero muy digna, mi recorrido por la nave.
Al día siguiente bajé a Santa Cruz para llevar el mp3 de Ismael al técnico, comprar unos repuestos para la plancha de mi madre y buscar una pieza para la lámpara de mi dormitorio que es prácticamente nueva y se acaba de romper. Siempre me ha preocupado el hecho de que compramos, mejor dicho, tiramos en exceso, ¡la de cosas que se pueden reciclar o reutilizar por el bien de la higiene mundial!
El reestreno me recordó a Don Perlimplin con Belisa en su jardín de Lorca que plantea, igual que aquí, el amor intergeneracional, pero también me recordó mi objetivo veraniego incumplido estío tras estío: leer a los rusos; y la casualidad (saber francés) hermosa y extraordinaria de haberme encontrado en Barcelona, sobre un banco, el primer tomo de Guerra y Paz.
Volví a sentirme en la piel del culto, homosexual y melómano protagonista de vigilancia, y no pude sino recordar el concierto de Chavela Vargas y las también gays-fans de las filas de delante que no paraban de sacar fotos con el móvil acompañadas de los ruidos propios de los primeros aparatejos con estas características.
Corteza describe como podemos dejar de ser felices cuando nos obsesionamos. Supura este relato una extraña tristeza que emerge de objetivos ridículos que nos ayudan a ilusionarnos y a seguir vivos. Comamos cortezas con apetito, el que le falta a mi suegra desde que le diagnosticaron, y no lo sabe, alzheimer. ¡La comprendo, yo me moriría sin la posibilidad de mis recuerdos y sin mi apetito!
Morboso y divertido es la jaula para frutas, aquí no tengo anécdota propia que se le asemeje, salvo la convicción ideológica de la necesidad de aprender a respetar la libertad individual incluso en el matrimonio.
Silencio nos cuenta la historia de un bartebly musical. La nada nos espera. Lo dicho: cortezas, muchas cortezas.
Magnolia Medina
La Gramola
Santa Cruz , 8 de septiembre de 2006