miércoles, 27 de junio de 2007

Son de mar
Manuel Vicent
Punto de lectura
Madrid
2005
Calvos y rubias

Ahogados, mitología y especulación enmarcan la historia de unos amantes que deben descubrir que se aman, así Ulises necesita viajar hasta Sumatra y Martina reconstruir el barco en el que vio a Yul Brynner en esmoquin contemplando la puesta de sol con una copa en la mano. Todo con una prosa ágil que se estanca por la manía del autor de repetir información que ya conoce el lector, como si no se fiara de la inteligencia o memoria del mismo. A esto hay que unir sus burdas y continuas referencias a la literatura clásica griega.
La historia es una melodía para “románticos empedernidos”, como diría cualquier locutor de radiofórmulas, en la que el chico soñador y viajero se casa con la guapa del pueblo que renuncia a las divinidades terrenales por el “profesor chiflado”, salpimentada con las anécdotas cinematográficas de algunos habitantes del puerto que tuvieron la ocasión de codearse con el Hollywood más pancolor de los años cincuenta.
Ulises Adsuara me parece un personaje egoísta, insatisfecho, que no valora lo que tiene, ejemplificando claramente el estatus laboral al que pertenece. Un día se va en busca de un atún maravilloso con el que descubrirá si ama o no a Martina, en pos de tal descubrimiento desaparece sin dejar rastro y con las papas fritas en la mesa. Se cansa de viajar y coleccionar reliquias vaticinadoras sobre su amor por Martina y es entonces cuando regresa para continuar una pasión a la que le había dejado la pausa puesta. A su vuelta no sólo se encuentra con un hijo ya criado sino también una doñita transmutada en lady de la alta sociedad sin complejos y a la que le ha crecido la lujuria (en el sentido menos peyorativo del término) y dispuesta a entregase otra vez a su amor más terrenal. Si todos, antes de amar, tuviéramos que asegurarnos de que no hay nadie en el resto del mundo que nos complemente, viviríamos en una helada soledad, encerrados en la perfección de las fantasías.
Martina no quiere renunciar a su encantador de serpientes, Ulises, pues este sabe cómo estimularle el oído, su punto “g”, y tampoco le importa ejercer de putita de lujo del rey del ladrillo porque le proporciona las facilidades que sólo le dinero es capaz de dar. Es una mujer entrampada con la buena vida huyendo del cobrador del frac.
De esta historia sólo me queda una duda… ¿se comerían los tiburones al cocodrilo?

Magnolia Medina
Restaurante Doña Úrsula – El Sauzal
Viernes 8 de Junio de 2007

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