jueves, 28 de junio de 2007

El libro de las ilusiones
Paul Auster
Traducción de Benito Gómez Ibáñez
Anagrama (Compactos)
Barcelona
2006

De Raymond Griffith a la Parada de los monstruos:
todo lo que se hace se deshace.

De la duda de vivir a la certeza de tener que hacerlo. Este es el itinerario que marcan las palabras de la historia que celebramos esta noche. En esta ruta de la supervivencia el prozac se llama ficción. Una vez más, un libro que habla de otros libros y de otras variedades de la imaginación, que se transforman en balsa y bálsamo para traspasar el dolor. Una vez más, la búsqueda y el reencuentro con la felicidad perdida que parecían alejarse en la auténtica realidad, ¿auténtica, dije? No, no hay más sueño que el sueño del sueño, y así, un espejo tras otro (Borges). Creer que se cree, creer que es verdad, se convierte en la única terapia que puede aliviar el desasosiego, porque esta religión del lector que busca en las historias, no sólo pasar el rato, sino también descargas de emociones, han devuelto a nuestros aburridos tiempos el amor por lo inútil.
Paul Auster en una exhibición del dominio del tiempo narrativo inicia la historia con un in media res y la rocía de flash back(s) intermitentes que maceran la intriga. Así comienza el relato en 1988, año en el que publica el libro sobre Hector Mann, pero lo cierto es que lo hace desde el futuro, ya han transcurrido 11 años. Tres meses después de la publicación del libro recibe la carta de Frieda Spelling, y usa ese pretexto para contarnos cómo murió su familia, otro salto en el tiempo, ahora a 1985, concretamente el día 7 de junio y el verano que concluye con una carcajada frente a una película de Hector Mann. Se suceden otros saltos vertiginosos que relatan las historias paralelas de los personajes que van apareciendo para desembocar en la tesis que avala el libro entero: la muerte de Hector Mann no fue natural (pag. 336) y tal vez existen copias escondidas de las películas quemadas después de que falleciera. Así el protagonista y narrador (primera persona), a través de un particular estilo directo (no usa guiones que marquen el diálogo), nos va presentando un conglomerado de secuencias que hablan, junto con las descripciones de las películas mudas, de una pasión: el cine.
Las tramoyas, hemos visto, son espectaculares. El elenco de actores variopinto y excéntrico, personajes fabulosos que se han impuesto un castigo, no dejar huella. Esto es, desde mi punto de vista, el motor de la historia. Ese deseo por destruir lo creado habla de una idea concreta del arte, una visión práctica y terapéutica que no debe sobre-valorarse (tal y como dijo en su discurso en la entrega de los premios Principe de Asturias). Hector Mann sufre, al final de sus días, la crisis de los bartlebys (pag. 75) motivo, según el narrador, por el que Frieda necesita destruirlo todo, y frente a ella, Alma, la esencia de la esperanza de que todo puede volver a resurgir.

Magnolia Medina
Viernes 17 de noviembre de 2006
Los ahumados casa Juan – La Matanza

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