miércoles, 27 de junio de 2007



Tombuctú
Paul Auster
Anagrama (Compactos)
Traducción de Benito Gómez Ibáñez
Barcelona
2003


Alma de mascota

No voy a empezar con la relación de otras novelitas con protagonistas caninos, ni hablaré de la explotada semántica y simbolismo de los chuchos, tampoco del alma perruna ni del paraíso compartido entre humanos y bestias magnánimas. No trataré, ni de soslayo, la fidelidad, la amistad, la dependencia…, ni mucho menos tocaré el tema de la biblioteca de Tombuctú ni la necesidad humana de convertir en sagrados o santos determinados topónimos. No quiero escribir lo que se debe escribir, no permitiré que me vuelva a ganar mi yo academicista, así que nada de relaciones con Cervantes, Homero, Jack London, Horacio Quiroga, Mijail Bulgakov, etc…, hoy quiero responderme a las preguntas que, como lector, uno debe hacerse, si es que uno debe cuando lee o sólo son derechos los que lo amparan.
Ahora, después de digerir la novelita unos días, puedo concluir que me entusiasmó la transformación de William Gurevitch en Willy Christmas; ya, ya escucho las voces que lo colocan en la vitrina de los desequilibrados, locos y otros trastornos de la personalidad tratados varias veces en nuestras ya (permítanme la pedantería) míticas tertulias. Pero Willy Christmas tiene algo diferente, una locura tan ingenua, tan de dibujo animado que lo distancia de la contundencia de los otros. Willy tiene esperanzas y no tiene ambiciones. Las drogas, su madre y una loca profesora de literatura que un día le abrió la posibilidad de creer que podría entrar en el Tombuctú literario reservado para los excéntricos y las tostadoras transparentes, motivaron el caos.
Insisto, dentro de unos cuantos años, ¿por qué recordaré este libro? No creo que por Míster Bones que lucha en la vigilia por mantener las enseñanzas de su primer amo, ni por Henry, su breve dueño oriental, ni por la perfecta familia americana, ni por su castración ni estancia en el hotelito, ni por la descarnada juventud que lo maltrata. No, no será eso lo que evoque en el futuro, será la tristeza de un ser que perdió la ilusión pero recuperó la vehemencia para contraatacar a la vida con el papel del “insatisfecho, el rebelde, el poeta marginal que merodeaba por las alcantarillas de un mundo corrompido” (pág.21) y decide hacerse santo. Recordaré que todos los amantes de Paul Auster me hablaron, antes de que yo lo leyera, del libro cuyo protagonista es un perro, y que alguno incluso confundió con el narrador, para engrandecer la visión del chucho. Me quedé con ganas de hablar algo más con Willy y preguntarle si, a lo mejor, la culpa de todo la tiene la literatura y me sobraron las aventuras de un perro con suerte que decide suicidarse como atajo para encontrar a su único am(o)igo, dejando sin certificar que hay cosas que nunca se pueden recuperar.

Magnolia Medina
La casita vieja – Tacoronte
04 de Mayo de 2007

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