jueves, 28 de junio de 2007



El capitán Alatriste
Arturo y Carlota Pérez –Reverte
Punto de Lectura-Santillana
Madrid
2006

El poético apodo del capitán insinúa la idea de un valiente sin remedio que esconde un lado tierno, casi poético, que no vemos desvelado nunca en la narración, excepto cuando Iñigo lo alerta del peligro con un disparo y lo ayuda a salir de la emboscada planeada por fray Bocanegra. De resto, las medias palabras del capitán, tamizadas por el idealismo del narrador, resultan insuficientes para perfilar la personalidad del alicaído soldado.
Ante tantas descripciones de reyertas, ante tanta espada va espada viene, las escasas disertaciones ayudan a mantener la esperanza de que el relato va a valer la pena. Esas ínsulas reflexivas que me entusiasman y exaltan porque tras la aparente crítica de la vida en los Siglos de Oro español y del Barroco en particular, existe ese extraño vínculo que marca la historia entre acontecimientos lejanos que manifiestan la dificultad de evitar el pasado a pesar de conocerlo, así esa España en crisis en manos de un monarca “pasmado” y un valido belicoso que quiso combatir la corrupción con la propia corrupción, es un interesante reflejo del continuo histórico que demuestra que aparatos de Estado nunca fueron buenos, llámense monarquías absolutas o parlamentarias.
Magnificas las apariciones estelares de los grandes literatos del momento. El bravucón de Quevedo que pese a sus propios defectos no deja de burlase de la joroba de Alarcón. Sin duda no es desmedida su fama ni la de Lope, pero echo en falta en el relato unos “minutos de gloria” para Góngora, que ha estado y seguirá estándolo, a la sombra de sus enemigos, cuando fue el más vanguardista de todos. No parece interesarle a nuestro autor la visión hermética del cordobés, ni las verdaderas disputas literarias del momento, en las que se intentaban dilucidar si lo importante era lo natural o, como dijo Gracián, la agudeza o arte de ingenio.
Porque fue el siglo de las disputas, de las discusiones, de los atrevimientos, donde el honor y la valentía se demostraban con la espada o la pluma; porque fue un siglo, el Barroco, de extremos y vehementes combates; porque representa la caída de un imperio que quiere sostener la fe cristiana como unidad política y hace frente, a pecho descubierto, a los insurrectos luteranos. Ante esto, y porque es de naturaleza débil como la mía dejarse llevar por ensoñaciones de lo que pudo haber sido y no fue, siempre me pregunto que habría sido de nosotros si nos hubiésemos vestido todos de negro, qué hubiese sido de nosotros si hubiésemos empezado a hablar en la intimidad con Dios en lugar de vivir para colgar el estandarte del valor y el honor en el balcón.

Magnolia Medina
La Vara – Los Naranjeros
Viernes 6 de octubre de 2006

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