Alberto Méndez
Anagrama (Narrativas hispánicas)
Barcelona
2007
De camaleones y hombres
Todos tienen miedo a que desaparezca de nuestra memoria, y tal vez ya lo ha hecho, una guerra civil, no más cruel que cualquier otra guerra, pero sí la más acomplejada de las revoluciones de la primera mitad del siglo xx, ya que los vencidos parecen tener miedo a pedir el derecho a restablecer lo que se arrebató. Dijo Max Aub, uno de los iniciadores del ciclo de la guerra con sus Campos: “lo cierto es que el pueblo español fue el único que se alzó, con armas en la mano, contra el fascismo, y se mire como se mire, eso no lo borrará nadie”. Parece quererse asentar en la mente de los españoles que la crueldad fue por ambos bandos, que todos perdimos algo en la matanza, cuando lo cierto es que nunca sabremos lo que de verdad perdimos porque ha quedado relegado al limbo de la Historia (la España que pudo haber sido y no fue) y eso anega cualquier posibilidad de esperanza. Todo el presente que nos desborda no es más que una consecuencia de esa continua bajada de párpados en pos de la tolerancia y el progreso, somos girasoles ciegos con gafas de sol.
Alberto Méndez teje la tristeza de la derrota en cuatro cuentos en los que experimenta la voz narrativa. El primero lo inicia con el narrador omnisciente que, en un momento determinado, se torna en simple tercera persona pues reconoce no saber todos los detalles (página 32) de este extraño personaje que elige el bando de los vencidos tras la revelación del verdadero objetivo de los golpistas, matar al enemigo. No se camufla para sobrevivir, prefiere no hacerlo ante tal revelación, y termina auto-fusilándose en la tercera derrota donde no es el protagonista, porque en ella es, la amistad que se forja en la adversidad, el desencadenante de la historia. En la segunda derrota Elena no tiene voz, el joven poeta elige el diario para dejar constancia de su sufrimiento e incapacidad para mantener con vida, porque el frío del futuro lo heló, “a un españolito que vino al mundo”, parafraseando a Machado. Termina el libro con un cuento polifónico en el que la voz del niño, tío del bebé muerto en el Manuscrito encontrado en el olvido, se antepone a la confesión del diácono y a la de un narrador en tercera persona, que relatan el suicidio de un intelectual que resiste agazapado en un armario hasta encontrar el momento oportuno para la huida. Todos los protagonistas de los cuentos necesitan escribir antes de la muerte: Alegría deja sus reflexiones en un bolsillo; el poeta en un diario; Juan Senra en las cartas a su hermano y Lorenzo desde el recuerdo (página 111) que intenta superar la náusea que le produce su niñez. Todos intentan gritar los horrores de un tiempo en el que se multiplicaron los camaleones y dividieron los hombres.
Todos tienen miedo a que desaparezca de nuestra memoria, y tal vez ya lo ha hecho, una guerra civil, no más cruel que cualquier otra guerra, pero sí la más acomplejada de las revoluciones de la primera mitad del siglo xx, ya que los vencidos parecen tener miedo a pedir el derecho a restablecer lo que se arrebató. Dijo Max Aub, uno de los iniciadores del ciclo de la guerra con sus Campos: “lo cierto es que el pueblo español fue el único que se alzó, con armas en la mano, contra el fascismo, y se mire como se mire, eso no lo borrará nadie”. Parece quererse asentar en la mente de los españoles que la crueldad fue por ambos bandos, que todos perdimos algo en la matanza, cuando lo cierto es que nunca sabremos lo que de verdad perdimos porque ha quedado relegado al limbo de la Historia (la España que pudo haber sido y no fue) y eso anega cualquier posibilidad de esperanza. Todo el presente que nos desborda no es más que una consecuencia de esa continua bajada de párpados en pos de la tolerancia y el progreso, somos girasoles ciegos con gafas de sol.
Alberto Méndez teje la tristeza de la derrota en cuatro cuentos en los que experimenta la voz narrativa. El primero lo inicia con el narrador omnisciente que, en un momento determinado, se torna en simple tercera persona pues reconoce no saber todos los detalles (página 32) de este extraño personaje que elige el bando de los vencidos tras la revelación del verdadero objetivo de los golpistas, matar al enemigo. No se camufla para sobrevivir, prefiere no hacerlo ante tal revelación, y termina auto-fusilándose en la tercera derrota donde no es el protagonista, porque en ella es, la amistad que se forja en la adversidad, el desencadenante de la historia. En la segunda derrota Elena no tiene voz, el joven poeta elige el diario para dejar constancia de su sufrimiento e incapacidad para mantener con vida, porque el frío del futuro lo heló, “a un españolito que vino al mundo”, parafraseando a Machado. Termina el libro con un cuento polifónico en el que la voz del niño, tío del bebé muerto en el Manuscrito encontrado en el olvido, se antepone a la confesión del diácono y a la de un narrador en tercera persona, que relatan el suicidio de un intelectual que resiste agazapado en un armario hasta encontrar el momento oportuno para la huida. Todos los protagonistas de los cuentos necesitan escribir antes de la muerte: Alegría deja sus reflexiones en un bolsillo; el poeta en un diario; Juan Senra en las cartas a su hermano y Lorenzo desde el recuerdo (página 111) que intenta superar la náusea que le produce su niñez. Todos intentan gritar los horrores de un tiempo en el que se multiplicaron los camaleones y dividieron los hombres.
Magnolia Medina
La cuadra de San Diego
La Matanza, 30 de marzo de 2007
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